Pese al tiempo y a los cambios que San José, nuestra capital ha experimentado a través de los años, el pasado de esta ciudad sigue presente. En pleno centro josefino, aún se alzan antiguas edificaciones cuya imponente arquitectura y exquisitos detalles dan cuenta del lujo y estilo de vida que tuvieron sus moradores. Un legado que hoy podemos seguir disfrutando. Solo hay que aprender a recorrer esta pequeña urbe latinoamericana, que desde sus orígenes soñó en grande.

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Casa de Cleto Gonzales Viquez en San José. (foto archivo Arq. Andrés Fernandez)

San José ciudad de lujo e historia

San José es una ciudad para disfrutarla, recorrerla y admirar cada uno de los rincones que albergan sus calles y barrios históricos. La arquitectura antigua que aún existe en la capital deja ver un pasado memorable, donde la clase alta y acomodada dejó un claro legado de lo que fue su estilo de vida en este país, que hace poco más de ciento cincuenta años vivía del café y se caracterizaba por ser un pueblo de avanzada, lo que sin duda quedó demostrado en 1884 cuando se convirtió en la segunda nación del continente americano en contar con luz eléctrica, hecho solo antecedido por la ciudad de Nueva York.

Si mirásemos hacia el pasado, específicamente entre los años 1850 y 1890, veríamos que a partir de ese periodo se vivieron muchos cambios en esta ciudad, motivados principalmente por el empuje y desarrollo de su sociedad y economía. Con la mayor prosperidad de las familias adineradas comenzaron a cambiar los patrones de consumo, se refinaron los gustos en la mesa, así como el del mobiliario. La influencia europea se hizo sentir. El lujo se empezó a ver en detalles como el piano, que las señoritas de la casa aprendían por medio de lecciones impartidas por una profesora francesa o italiana que residía en la capital y que además les enseñaba su idioma natal.

Hasta esa fecha, las familias adineradas habitaban en casas de estilo colonial, cuya característica principal era tener el frente en la línea de la acera y cuya primera habitación funcionaba como “sala” para recibir a las visitas. Se trataba de un espacio “no íntimo” del hogar donde además se reunía el menaje de la casa.

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Una sala burguesa. Residencia del señor José Castillo Zeledón.(foto archivo Arq. Andrés Fernandez)

En arquitectura los cambios se presentaron sólo hacia 1890 y un hecho que generó las transformaciones fue la construcción del Ferrocarril del Norte o al Atlántico, que conectaba con Puerto Limón. A partir de entonces, las importaciones comenzaron a ser totalmente directas y mucho más rápidas, lo que hizo posible que los josefinos de clase alta de la época pudieran solicitar objetos de consumo como menaje de casa y materiales de construcción, detalle fundamental para que la arquitectura tomara un nuevo giro.

Según explica Andrés Fernández, arquitecto costarricense y cronista de la ciudad capital, quienes realmente cambiaron la arquitectura del país, fueron el italiano Francesco Tenca, llegado en 1896, y el costarricense Jaime Carranza, que arribó hacia 1900, y que con su llegada implantaron modelos arquitectónicos europeos.

Estos arquitectos son los que en esencia resumen la arquitectura del período y los que introdujeron en el imaginario de las clases adineradas josefinas y del país, el ideal de la gran casa. Es decir, una construcción muy hermosa en términos arquitectónicos como en el despliegue del espacio. Con ellos aparecieron elementos fundamentales que incluso transformaron el perfil urbano, siendo el más importante, el antejardín”, menciona.

Y añade: “A diferencia de la casa colonial que estaba pegada a la acera, después de 1890 comienza a aparecer el murete, la reja, el antejardín y sólo luego venía la residencia en sí”.

Ese tipo de construcción se empezó a ver en el primer barrio de élite de la ciudad, que fue el barrio de El Carmen, pues rodeaba la iglesia del mismo nombre y se extendía hasta el Parque Morazán. En ese sector era donde vivían los cafetaleros y se presentaron las primeras grandes residencias josefinas.

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La casa de don Cecilio Lindo, al costado sur del Parque Morazán, barrio del Carmen. (foto archivo Arq. Andrés Fernandez)

Para el cronista Fernández, además del antejardín, otro elemento que marcó la diferencia en la construcción a partir de 1890 fue la llamada arquitectura victoriana, que trajo consigo elementos que no se conocían como la sala, el comedor, la cocina y el cuarto de costura. “Con esa arquitectura se introdujo también un nuevo modelo de familia radicalmente distinto que es el unifamiliar o ´victoriano´, llámese mamá, papá e hijos, para dejar de lado el modelo colonial o ´extendido´ de familia que incluía mamá, papá, hijos, abuelos, tíos, etc.

Y agrega: “La casa victoriana, por ejemplo, poseía los cuartos de los niños, además del de los padres, que tenía puerta con llave. Todos los tabúes puritanos victorianos se reflejaron en esa arquitectura, que en un primer momento fue sin excepción un privilegio solo de los sectores altos”.

La distinción de la casa sobre “pedestal”

El trabajo arquitectónico de Francesco Tenca y Jaime Carranza se enmarcó en el eclecticismo, tendencia arquitectónica que introduce elementos estéticos y funcionales de otras corrientes y los integra en un todo armónico desde el punto de vista del diseño. Según Andrés Fernández, Tenca decantó en modelos europeos muy bien logrados, aunque no necesariamente adaptados al medio costarricense, sobre todo desde el punto de vista climático. “Por ejemplo hizo un Art Nouveau perfecto, como lo fue su modelo turinés, pero que carecía de aleros en un país donde llueve casi todo el año. Más si la casa no funcionaba como debía, pero desde el punto de vista estético era una joya. Lamentablemente, la mayoría de las obras de Tenca se perdieron. Las conocemos más por referencias fotográficas”, advierte.

En cambio la obra de Jaime Carranza fue objeto de análisis incluso por un arquitecto muy destacado a nivel hispanoamericano hacia 1970, llamado Silvio de Vasconcellos quien vino al país a presentar un anteproyecto y quedó muy impresionado por la calidad de la arquitectura capitalina, que él denominó neoclásica costarricense, pero que en realidad era ecléctica de base neoclásica.

El eclecticismo que practicó Carranza fue tan europeo como el de Tenca, pero desde el punto vista funcional usó una serie de condiciones que estaban presentes en la arquitectura colonial, y no en la victoriana como el patio central y el gran corredor, lo que lo que los ticos llamamos ´el corredor volado´ de una cara completa, dos caras en ele o del todo perimetral”, señala.

Fernández menciona que lo que hizo Carranza fue tomar el patio central y el corredor para volverlos estructuradores de su arquitectura residencial. Por otra parte, elevó las casas con un pedestal que funcionaba muy bien para evitar la humedad natural del ambiente. “El hecho de que elevara las casas, permitió poner pisos de madera y mantenerlos por más tiempo a salvo de la humedad mediante la ventilación por arriba y por abajo, elevación que además brindaba muchísima elegancia. La distancia del antejardín y la altura de la casa hicieron marcaron una diferencia social, convirtiéndose en el sello de las propiedades de clase alta y abolengo”, explica.

Para Andrés Fernández, Jaime Carranza fue el arquitecto más importante de la primera mitad del siglo XX en Costa Rica y el responsable de las residencias más elegantes y extraordinarias de ese período. Y agrega: “En su arquitectura destacaron también los techos de grandes pendientes, importantes aleros que respondían al clima, frontones y columnas”.

Esos detalles de su arquitectura son tomados en esencia de las arquitecturas neoclásica y victoriana. Tal combinación de dos arquitecturas europeas, una mediterránea y una nórdica, dieron como resultado un ´eclecticismo criollo´, que volvió a las residencias de Carranza únicas y las primeras en imponer en la mentalidad del oligarca ligado a la tierra y al café, o del burgués vinculado al comercio, ese modelo de ´mi casa´, es decir, el espacio desde donde veo la ciudad y desde donde la ciudad me ve a mí y a mi poder económico y riqueza”, explica el profesional.

Y añade: “Carranza tomó un elemento que los josefinos ya usábamos en ese momento, que era el jardín interno pequeño, pero magnificándolo. La casa del Museo Calderón Guardia –que fue originalmente de la familia Trejos Donaldson–es una de las que aún conserva estas características. Terminada en 1911, se construyó en bahareque francés, una técnica que este arquitecto utilizó mucho en sus obras”.

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La Casa Museo Calderón Guardia (foto FB)

Irrupción del ladrillo y el bahareque francés

Entre 1890 y 1910 comenzó a introducirse en la capital la tecnología del ladrillo mampuesto, dejando lentamente de lado al adobe, al menos en lo que concierne a la construcción de las grandes residencias. En tanto, algunos sectores populares y rurales siguieron levantando sus casas con esta técnica.

El adobe era difícil de construir, caro y laborioso y comenzó a ser abandonado en la década de 1850 cuando el obispo Monseñor Anselmo Llorente y La Fuente, que sabía de artes mecánicas, fundó la primera fábrica de ladrillos. Él introdujo esta tecnología en Costa Rica y para la época de 1890, cuando empezó a formarse el barrio de Amón (fundado por Amon Fasileau Duplantier), comenzaron a construirse muchas casas con este material en la zona.

Según Fernández, “la aparición del ladrillo implicó frente a la tradición colonial una innovación tecnológica que hablaba de ´mi mejor posición económica´ y además necesitaba de una mano de obra más refinada que la del simple albañil de barrio”. Mientras tales avances arquitectónicos y urbanos seguían su curso, y habiendo fallecido Francesco Tenca en 1908, ocurrió un acontecimiento que cambió radicalmente el escenario y la vida en la capital: el terremoto de Cartago de 1910, donde literalmente se vino abajo la cabecera de provincia, cuyas casas en su mayoría eran de adobe.

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La casa de don Alejo Aguilar Bolandi, barrio de Amón. (foto archivo Arq. Andrés Fernandez)

Andrés Fernández menciona “después del terremoto se prohibió construir con adobe, porque, se decía, no era una tecnología segura. Luego de ese hecho fueron nombrados inspectores de los daños Jaime Carranza y Luis Llach, arquitecto catalán avecindado en el país, lo que le permitió a ambos profesionales conocer muy bien los efectos de los terremotos. Es en ese momento cuando se produjo un quiebre fundamental en la construcción en este país”.

Además del ladrillo, en Costa Rica se comenzó a utilizar una técnica que por su similitud con la de origen colonial, fue llamada bahareque francés, por tratarse de una estructura de madera más no forrada en caña y cubierta de barro, sino forrada de tela metálica y repellada en concreto, que representaba una de las técnicas más seguras para construir casas “contra temblores” como se decía en ese tiempo. “El bahareque francés fue muy utilizado en la arquitectura que se construyó desde 1910 en adelante”, dice.

A partir de ese año se presentaron dos fenómenos importantes en la ciudad de San José, una fue la implosión urbana y las casas populares de madera, para vender o alquilar, que no existían hasta ese momento. La ciudad creció desmesuradamente después de ese terremoto porque muchas personas de las afueras de Cartago, tomaron la decisión de venir a vivir en San José. Este movimiento migratorio generó que no hubiera lugares dónde vivir, lo que llevó a que se ampliaran o se construyeran los primeros barrios de clase media y baja, por lo general de pequeñas casas de madera.

Casas “chic” de lujo en San José 1900

Según Andrés Fernández a partir de 1910 empezó a aparecer también una clase social “emergente”, que se podía permitir la construcción de casas con cierto grado de lujo en el detalle, más no en las dimensiones, en el tamaño. “Así surgieron unas propiedades bellísimas con frentes de ocho a diez metros, diseñadas por Carranza también”, dice.

Así, Jaime Carranza, además de haber introducido cambios tecnológicos importantes en la arquitectura del país y construir las casas de las familias de abolengo o poder económico, también incursionó en el comercio: se dedicó a importar materiales de construcción y se abrió paso en el mercado de esas casas más pequeñas, para una reducida clase media en ascenso.

Luis Llach también construyó casas de ese tipo, construcciones pequeñas y con el piso decorado solo en el corredor y en el zaguán. Los pisos del resto de la casa eran de madera y el baño si bien tenía mosaicos, solo llegaba hasta cierta altura. Tenían una fachada de diseño, pero por dentro eran una casa criolla sencilla. Se trataba de una clase media emergente compuesta en su mayoría por profesionales como farmacéuticos, abogados, entre otros”, advierte.

Y agrega: “Algunos de los lugares donde se construyeron este tipo de casas pequeñas, pero lujosas y muy chic, en donde Carranza y Llach dejaron su sello fueron el barrio de La Soledad, El Carmen ampliado hacia Amón, Otoya, los ejes de carretera hacia Cartago al menos hasta Los Yoses y el eje de Avenida Central a La Sabana, que luego pasó a llamarse Paseo Colón”.

La belleza de los detalles

En la década de 1920 y 1930 comenzó a irrumpir la arquitectura Neocolonial Hispanoamericana, que Jaime Carranza no desarrolló, ya que falleció en 1930. En esta época arquitectónica siguió al frente Luis Llach y aparecieron los primeros arquitectos nacionales: Teodorico Quirós Alvarado y José Francisco Salazar. La primera casa neocolinial se construyó en 1917 y actualmente es el edificio de la Cancillería o Casa Amarilla. Esa sería en adelante la nueva tendencia de las grandes residencias.

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Foto reciente del edificio de la Cancillería, o Casa Amarilla, en San José, Costa Rica. (foto: Dwight Avaloz)

Esa arquitectura de reminiscencias coloniales, había aparecido después de la Revolución Mexicana, desde California y Miami hasta el sur del continente. Fernández explica que “era una arquitectura llena de pequeños arcos, tejas, vidrios y de texturas, que tuvo sus referentes en el México y el Perú virreinales y en la Guatemala del Reino, pero no en Costa Rica. Más si bien no tuvo nada que ver con nosotros, en cuanto al detalle es riquísima porque tanto la forja como el trabajo en madera fue elaborada por herreros y carpinteros costarricenses”, señala.

Allí el lujo estaba en los trabajos de madera, en los cielos rasos, puertas, pisos, detalles de barandas y marcos de ventanas, faroles, rejas. Una ventana o una puerta de esa época es muy sensual. Los vidrios pequeños, el pomo de porcelana o el pasamanos eran de una belleza impresionante”, advierte Fernández.

Para el profesional, en estas casas el lujo se dejó ver también en los grandes espacios, pues “las estancias eran amplias, no todo lo bien iluminadas que uno desearía hoy, pero que en aquel momento era suficiente. Otros detalles que daban a conocer el lujo eran las cerámicas con las que estaban enchapados ciertos espacios, especialmente los baños”, recalca.

Y añade: “En casi todas estas casas neocoloniales existía también un santo o una virgen en los jardines, patios o corredores. Por otra parte, la figura del Quijote se volvió una imagen icónica de esa hispanidad ampliada y que se pretendía recuperar en la forma arquitectónica”.

La arquitectura Neocolonial Hispanoamericano fue la de las clases altas en la Costa Rica de la década de 1940, y se desarrolló en el Paseo Colón, hacia el sector de La California y, sobre todo, en el barrio Escalante, que es por excelencia el barrio neocolonial de San José y donde se establecieron muchas grandes familias.

Arquitectura moderna en San José

En 1928 la ciudad de San José se comenzó a pavimentar y se le dio la licitación a la empresa alemana Weiss und Freitag, que en 1929 trajo a este país al ingeniero-arquitecto Paul Ehrenberg que fue quien introdujo la arquitectura moderna en Costa Rica en sus dos primeras variables: el racional-funcionalismo y el art-deco.

Sin embargo, menciona Fernández “el racional funcionalismo, es tan racional con sus volúmenes puros, grandes vidrios, techos planos, por lo que resultó muy abstracto y el costarricense no lo asimiló, como ocurrió también en casi toda Hispanoamérica. Un ejemplo de construcción de este tipo es la casa Cubero Otoya en el barrio de Otoya, de 1933”, dice.

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La casa que ocupó la Legación de los Estados Unidos en San José, barrio Otoya. (foto archivo Arq. Andrés Fernandez)

El profesional explica que con el art-deco en tanto, sucedió lo mismo que en todo el planeta. “Al ser un estilo empleado por la clase media, las clases altas no construyeron con esa corriente y siguieron haciendo sus casas en estilo neocolonial, entonces el art-deco quedó para las clases medias, profesionales emergentes y que no vivían en barrios de élite: se popularizó”, advierte.

Con la guerra civil de 1948 quedaron atrás los lenguajes arquitectónicos de las clases medias y altas, es decir, el neocolonial y art-deco, para dar paso a la Arquitectura Moderna del llamado Estilo Internacional. Así nacieron las grandes residencias de Los Yoses, donde además se produjo un importante cambio en el estilo de vida de sus habitantes.

Según el cronista los clubes que a principios del siglo XX estaban en el centro, para ese tiempo comenzaron a funcionar afuera de la ciudad. En esos lugares ya no solo se jugaba billar, se tomaba whisky y leían periódicos para hacer negocios, sino se comenzó a jugar tenis y golf. Es decir, el modo de socialización empezó a cambiar.

Los Yoses era un suburbio más en el sentido gringo, tanto desde el punto de vista urbanístico, como de distribución de las calles y los espacios, así como del disfrute del tiempo libre y que se quedaba sin moradores los fines de semana porque las familias se iban a los clubes. Muy pocas casas tenían piscina, pero no era necesario porque iban al club precisamente”, señala Fernández.

En cuanto al diseño de las casas y como se recibía a la gente, se crearon los vestíbulos con clóset para guardar abrigos y los baños de visitas, así como un bar en el hall o cercano a una terraza. Los tragos se tomaban afuera en verano o adentro en invierno y por ello también apareció la chimenea. Las cocheras comenzaron a ser dobles y el modo de vida fue otro, por ejemplo, apareció el primer Auto-Mercado ahí mismo en Los Yoses. Eran los años 50 y el estilo de vida victoriano cambió… se vivió un nuevo vuelco en la forma de vivir de los costarricenses de sectores urbanos y acomodados”, concluye Fernández.

Casa Museo, testigo del pasado

Hoy en pleno siglo XXI la ciudad de San José aún acoge bellezas arquitectónicas del pasado, que muchas veces vemos desde sus muros externos, sin imaginar la historia que guardan en su interior.

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Casa Museo en San José, calle 7 y avenida 7.

Uno de estos lugares es la Casa Museo. Una propiedad construida a principios de siglo XX por la familia Guardián Agüero y que se ubica en el corazón de barrio Amón. Mireya Guardián de Varona pionera de la educación femenina y destacada pintora vivió allí junto a su marido por décadas y fue quien en 1964 decidió remodelar la casa familiar, con la idea de construir una obra urbana para embellecer San José.

Clari Vega, Co-fundadora de LX y agente especialista en bienes raices de lujo en Costa Rica,  asegura que “Muchos de los clientes que buscan propiedades de lujo en San José aprecian el detalle histórico de estas edificaciones.  A pesar del atractivo contemporáneo, su pasión es combinar los elementos, reconociendo que todo presente tiene un pasado.  Por eso hemos visto un renacer en los barrios de mayor historia, con nuevos propietarios que impulsan la renovación arquitectónica sin necesidad de derribar el pasado“.

Producto de la remodelación de Casa Museo, la fachada tuvo cambios sustanciales de lo que fue originalmente el frontis de la casa, y que hoy aún se mantiene intacto y destaca porque es de concreto armado y ladrillo y con molduras que simulan acabado en piedra y puertas y ventanas de hierro forjado. Se considera una propiedad de estilo ecléctico o “mestizado”, por encontrarse en su interior acabados de diferentes estilos, tanto neoclásicos como de influencia inglesa, francesa e inclusive azteca.

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Casa Museo resplandeciente entre la tradición y renovación de San José. (foto: Dwight Avaloz)

La casa estuvo abandonada durante once años, rescatándola en 2011 el matrimonio belga compuesto por Jean-Marc Steylemans, arquitecto de interiores, y diseñador y Nathalie Robin, ingeniera en robótica y automatización y pintora, artista y decoradora. La pareja actualmente vive junto a sus tres hijas en esta propiedad de 700 metros cuadrados, con ocho cuartos, ocho baños y diversos salones, que hoy se encuentra totalmente restaurada gracias a su propio esfuerzo.

Según Jean –Marc Steylemans, “antes de restaurar hicimos un trabajo de investigación histórica con fotografías de la época y con los vestigios encontrados en el lugar. Finalmente debajo de las paredes y con ayuda de un removedor especial de pintura que importamos desde Alemania dimos con las paredes, los detalles y el color de la decoración original”, explica el actual dueño de la propiedad.

Luego comenzamos con la fase de desmontaje, donde encontramos pisos encima del original, ventanas tapadas, gypsum sobre las paredes, cielos rasos sobrepuestos al antiguo, mucha humedad, incluso puertas de la casa de inicios del siglo pasado que estaban en un sótano y que devolvimos a su lugar inicial. Después de eso, empezamos la fase de restauración que duró aproximadamente dos años, y que dió como resultado la imagen que hoy luce en su interior”, menciona.

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Jean-Marc Steylemans explica que la idea de llamar a la propiedad actualmente “Casa Museo”, se debió a que perteneció a una pintora y junto a su esposa, quisieron mantener vigente ese espíritu. “Por ello recibimos obras de diferentes artistas costarricenses para exponerlas en sus paredes y eventualmente realizamos visitas privadas o eventos culturales, donde aprovechamos de contarles a los visitantes la historia de esta antigua residencia”, menciona.

Para Steylemans esta es una casa que tiene una personalidad muy especial. “Su antigua dueña, Mireya Guardián, dejó aquí todo su amor, sus intereses y pasión por el arte. Y nosotros hicimos lo mismo durante el proceso de restauración”, finaliza.

ChepeCletas, la esencia de disfrutar de la ciudad

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Pese a la modernidad y el crecimiento de la capital, siguen existiendo josefinos que valorizan el patrimonio cultural de la ciudad y lo promueven. Uno de ellos es Roberto Guzmán, admirador acérrimo de San José y fundador del movimiento “ChepeCletas“, innovadora iniciativa que mediante el uso de la bicicleta o de caminatas nocturnas, busca motivar a la población para que se apropie de los espacios urbanos y mire la ciudad bajo una óptica distinta.

A Guzmán no deja de impresionarle cómo una pequeña y sencilla ciudad, además de ser en una de las primeras ciudades del mundo con alumbrado eléctrico, “también decidió invertir en educación, en la transformación del espacio público y en la creación de espacios culturales de primer nivel como lo fue el Teatro Nacional que se terminó en 1897”, advierte.

Muchas de las grandes obras de infraestructura de San José que aún sobreviven se construyeron a finales del siglo XIX e inicios del XX. Entre otros ejemplos, tenemos la primera planta hidroeléctrica, los tanques de agua de Barrio Aranjuez, la antigua Aduana, el Colegio de Señoritas y la Escuela Buenaventura Corrales, los parques Central, Nacional, España y Morazán, entre otros”, agrega.

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Para Roberto Guzmán, hoy la convivencia con ese pasado es una relación complicada, “por un lado es ese legado el que da identidad a la ciudad y en muchos casos motivo de orgullo, pero por otro lado es cada vez más escaso, debido a la indiferencia y desinterés que provoca que construcciones históricas muy valiosas se deterioren y sean convertidas en parqueos o derrumbadas para dar espacio a otros edificios”, menciona el impulsor de este movimiento urbano que cada vez atrae a más personas.

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Video de fotografías de San José a principios de 1900

Video de Yamileth Cernas. Un hermoso y emotivo viaje a través del tiempo. Imágenes de San José, Costa Rica de los años 1900-1940. Las primeras dos imágenes son las mas antiguas,la primera de mediados del siglo XIX y la segunda es de finales del siglo XIX.

Sobre Andrés Fernandez, arquitecto cronista de la ciudad

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Arquitecto, investigador y cronista de la ciudad. Andrés Fernandez ha ejercido la divulgación y la crítica de arte, arquitectura, urbanismo y cultura en Costa Rica en colaboración con las revistas Áncora del periódico La Nación, Su Casa del Grupo Nación, Nacional de Cultura de la EUNED, Habitar del Colegio de Arquitectos, Herencia de la UCR y AmbienTico de la UNA.

Sobre arquitectura histórica ha publicado los libros Un país, tres arquitecturas. Art nouveau, Neocolonial Hispanoamericano y Art Decó en Costa Rica 1900-1950 (Editorial Tecnológica, 2003); Imaginario. Un itinerario josefino junto a la pintora Virginia Vargas (Editorial Costa Rica, 2004); Barrio México Art-Decó. Un barrio josefino de 1930-1950 (separata de la Revista Herencia, 2006); Los muros cuentan. Crónicas sobre arquitectura histórica josefina (Editorial Costa Rica, 2013) y Punto y contrapunto. La Plaza de la Cultura (Museos del Banco Central de Costa Rica). Además, tiene en preparación los libros Pasado construido. Crónicas sobre arquitectura histórica josefina II y Continuidad y cambio. Arquitecturas modernas en Costa Rica.

Fue uno de los investigadores de la Guía de Arquitectura y Paisaje de Costa Rica (Junta de Andalucía / Colegio Federado de Ingenieros y de Arquitectos de Costa Rica, 2011) y tiene a su cargo la cátedra de Historia crítica de la arquitectura en Costa Rica en la U Véritas.

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